"Éste será el año", me dije. "Éste será el año en que mate a Cupido, ya que el año pasado escapó de mi mortal cachiporra.&qu...

¡ARDE, CUPIDO, ARDEEEEE!

"Éste será el año", me dije. "Éste será el año en que mate a Cupido, ya que el año pasado escapó de mi mortal cachiporra." Por desgracia, mis planes no se cumplieron al pie de la letra...

Todo esto tiene que ver con el Día de San Valentín, por supuesto. Ese día cursi, ridículo, donde en la TV se lo pasan poniendo comedias románticas tontas y en las propagandas salen anuncios de flores, ositos de peluche y otras cosas tiernas que me dan ganas de vomitar (salvo el chocolate). Si acaso, puedo llegar a tolerar alguna entrega de esa franquicia donde un asesino en serie se dedica a destripar adolescentes en la fecha mencionada. (En realidad no soy fanática de las películas de horror tipo slasher. Conste que me da cierta satisfacción ver morir en la pantalla a un montón de jóvenes descerebrados, pero en general prefiero el terror psicológico. Es más elegante, por no decir limpio, matar a las víctimas de miedo en lugar de desmembrarlas. Cuestión de gustos.)

El asqueroso de Cupido estaba al tanto de mis noblemente perversas intenciones, claro, de modo que se disfrazó para ir disparando de incógnito sus condenadas flechitas. ¡Cretino! Por ahí andaba, decretando que tal persona debía enamorarse de tal otra, generando un caos de corazoncitos flotantes y frases chirriantemente empalagosas.

Sin embargo, Cupido no tomó en cuenta mis innumerables recursos. Mi dragón Donald, para empezar. A lomos de Donald podía sobrevolar la ciudad, inspeccionando el comportamiento humano a fin de detectar ciertos patrones de sentimentalismo: intercambio de tarjetas, entrega de flores a domicilio, miradas coquetas y guiños descarados. Todos estos signos delataban la actividad de esa estúpida deidad con alitas y pañales.

Entonces lo vi, vestido con un sobretodo y unas gafas con bigote de Groucho Marx. La verdad, no sé a quién pensaba engañar, porque todavía volaba, se le veían las alas, y encima lo seguía toda una bandada de palomas rosas. Antes de que pudiera atacarlo, me disparó una flecha justo a la pierna. De pronto me encontré suspirando porque un tipo guapo me estaba mirando desde el otro lado de la calle. Pero no iba a dejar que un romance me distrajera, así que le di mi número de teléfono al tipo guapo, arranqué la flecha de mi pierna y corrí tras Cupido mientras le gritaba a mi dragón que se adelantara para acorralarlo.

Fue una larga persecución. Cupido me arrojó el sobretodo a la cara y trató de dispararme más flechas, pero yo ya había encendido el lanzallamas y las flechas se convirtieron en cenizas mucho antes de tocarme. Finalmente alcancé a Cupido.


Por desgracia, no pude matarlo. Le chamusqué todas las plumas y quedó en el aire un interesante olor a puerco asado, pero como Cupido es una deidad, eso lo hace inmortal. Tuve que dejarlo ir, aunque advirtiéndole con un gesto ceñudo y una orden de restricción que no volviera a acercarse a menos de 10 kilómetros de mi persona.

A ver si el año que viene la gente se olvida de marcar en el calendario ese maldito Día de San Valentín. Por si acaso, prepararé un lanzacohetes.

¡Aún te tengo en la mira, Cupido!

G. E.

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