Es cosa rara cómo se pasa la Nochebuena aquí en Uruguay. Olviden lo que dice la canción esa, "noche de paz... noche de amor...", p...

¡FELIZ NAVIDAD!

Es cosa rara cómo se pasa la Nochebuena aquí en Uruguay. Olviden lo que dice la canción esa, "noche de paz... noche de amor...", porque aquí se recibe al niño Jesús a medianoche ¡¡con una tremenda explosión de fuegos artificiales!! En serio, que no me parece la manera más sensata de celebrar la llegada de un recién nacido; vaya lío que se armaría si los padres hicieran algo así en las salas de maternidad.

Bueno, tal vez podríamos decir que los uruguayos somos unos herejes, y por eso, en lugar de festejar la versión cristianizada de la Navidad, más bien preferimos la celebración pagana original. Las orgías de comida, desde luego, no faltan, y luego las mujeres se quejan de que ya no caben en sus trajes de baño.

Una tercera interpretación podría ser que la Navidad en Uruguay es una simple celebración del consumismo. Lo cual no está mal tampoco, si uno lo piensa detenidamente: en estos tiempos que corren, hay que celebrar cuando uno tiene dinero para gastar. Lástima que el consumismo no sea nada ecológico.

Como sea, no es fácil celebrar la Navidad en pleno verano. Por estos días en Europa la gente tiene que marchar al trabajo atravesando montones de nieve de dos metros de altura, y supongo que no les hará gracia la idea de cantar "Navidad, Navidad, blanca Navidad", pero aquí estamos a 30 grados de temperatura, en medio de una sequía bien molesta y rodeados de platos típicos de las fiestas que no sientan bien con el calor. ¿Pavo asado, turrones, pan dulce y bebidas alcohólicas? Uf. Me inclino más bien por una ensalada y dos frutas. Y agua. Mucha agua fría. La beberé despatarrada en el suelo con el ventilador soplándome en la cara (igual que mi pobre gato, quien no puede deshacerse de su espeso abrigo de pieles; quizás debería afeitarlo y hacerlo pasar por un gato esfinge).

En fin. Este año pasé la Nochebuena espantando mosquitos y poniendo CDs de música navideña, ya que es la única época en la que no desentonan (los CDs de música navideña, no los mosquitos; y no es que los mosquitos desentonen en verano, pero ojalá se fueran a la m...). Igual sigue siendo raro escuchar canciones sobre la nieve cuando hace un calor infernal. Oh, bueno, si me concentro un poco puedo imaginarme en la nieve, algo así como una especie de autohipnosis. "No me estoy cocinando. No me estoy cocinando. Hay nieve en los pinos y dentro de un rato me iré a patinar a un lago congelado. Llevaré un almohadoncito para no reventarme el trasero cada vez que me caiga. Ommmmmmm..." (Maldición, no funciona. Todavía tengo calor.)

Después de ver el hermoso despliegue de fuegos artificiales (= miles y miles de pesos uruguayos quemándose en el cielo), me senté a terminar unas tareas. Total, nadie puede dormir con tanto jaleo.

Entonces escuché ruidos en el fondo de mi casa. ¡Alguien estaba tratando de entrar!

Tomé una de las pesas que utilizo para hacer ejercicio. En realidad no es una pesa sino una enorme piedra de cuarzo, pero la uso como pesa. Da igual. Me deslicé hasta el fondo de la casa y, apenas vi una silueta moverse por el pasillo, ¡bam!, le tiré la piedra. Se oyó un grito y el intruso cayó al suelo. Encendí la luz.


Ay, no. ¡Ay, no! ¡AY, NO! ¡Acababa de dejar knock out a Papá Noel! ¡Al viejito más querido de todo el mundo desde que murió Juan Pablo II! (seamos realistas: el nuevo Papa no es precisamente popular). ¿Qué iba a hacer? ¿Llamar al 911? ¿Esconder el cuerpo? ¿Ponerme yo el traje de Papá Noel y repartir sus regalos? ¡Qué dilema!

Papá Noel soltó un quejido y se sentó, frotándose la cabeza.

—¿Qué pasó?

—¡Ay, disculpe, Papá Noel! ¡Lo confundí con un ladrón! ¡Es que en este país tenemos una plaga de bandidos!

Le pasé unos cubitos de hielo al pobre Papá Noel para que se los pusiera en el chichón de la cabeza.

—Gracias —me dijo—. ¿Tan mal está la cosa?

—Oh, sí, muy mal —contesté—. Si yo ya no esperaba que usted viniera a este país. Encima, con semejante sequía seguro que sus pobres renos no tienen mucho para comer. ¿Les gustará la comida para gato?

—Mejor unas verduras, m'hijita.

Me fui a la azotea y les di unas zanahorias a los renos. Mañana tendré que limpiar el excremento. (Maldición. Bueno, quizás pueda venderlo como fertilizante, igual que el excremento de mi dragón.)

Volví con Papá Noel. Ya se veía un poco mejor, pero tenía el rostro pálido y sudaba.

—Oiga —le dije—, mejor quítese el abrigo, que estamos a 30 grados. No querrá que le baje la tensión arterial. A ver, espérese aquí que ya le traigo una limonada fría. Con este calor hay que cuidar de no deshidratarse.

Papá Noel se sacó el abrigo y empezó a abanicarse con una revista que estaba en la mesa de la cocina. Le di la limonada.

—Debería bajar un poco de peso —aconsejé—. La obesidad no es buena para la salud, ¿sabe? Así no llegará a viejo.

Papá Noel parpadeó y me miró como si yo fuera idiota. Luego señaló su barba blanca. Me sonrojé.

—Bueno —continué—. Y... ¿qué lo trae por aquí?

—¿Cómo que qué me trae por aquí? ¡Vine a repartir obsequios!

—Ah, pero... ¿a esta casa? Mire que no nos hemos portado muy bien... Hemos deseado que a los políticos les caiga un rayo en la cabeza, le dije a la vieja miserable de al lado que es una vieja miserable, mi dragón se comió los pantalones del cartero, mi gato araña la alfombra y mi madre compra películas pirateadas. Además...

—Oh, m'hijita, no se preocupe por nada de eso. Como va el mundo, he tenido que cambiar mis estándares de bondad para ajustarlos a los tiempos actuales, así que todos en esta casa están en mi lista de gente buena.

Di unos saltitos de felicidad. Papá Noel fue a buscar su bolsa de regalos, los cuales repartió mientras nos deseaba una feliz Navidad. A mi gato le lanzó un ratón de juguete. A mi dragón Donald le dio un manual de vuelo (el pobre todavía no despega del suelo, pero es cuestión de tiempo), a mi madre le regaló un libro bien grueso, y a mí me entregó... un paquete de bolígrafos. Lo miré enarcando una ceja.

—Gracias, pero... eh... esperaba un contrato editorial —dije, tratando de que no sonara a reproche. Papá Noel se encogió de hombros.

—No hago milagros —me respondió—. Sigue escribiendo. Y felicidades por lo del concurso de cuentos sobre zombis.

Tuve que conformarme con eso. Antes de que Papá Noel se marchara, tomamos algunas fotos. El único que no aparece en ellas es mi gato, a quien los fuegos artificiales asustaron tanto que probablemente no salga de debajo de la cama hasta después de Año Nuevo. Pobrecito.


¡Feliz Navidad! o<]:-)

G. E.

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