Estuve toda la tarde considerando qué disfraz me pondría para mi fiesta de Noche de Brujas. Al principio estaba medio perezosa y probé con l...

¡FELIZ NOCHE DE BRUJAS!

Estuve toda la tarde considerando qué disfraz me pondría para mi fiesta de Noche de Brujas. Al principio estaba medio perezosa y probé con la opción más fácil, peinándome el cabello hacia delante.


¿Cómo, no lo captan? ¡Es el tío Cosa, de la familia Addams! De acuerdo, no tiene tanta gracia, por eso lo descarté. Pensé además que, si salía así a la calle, me daría de narices contra todas las columnas del alumbrado público, estropeando mis fabulosas gafas de sol.

Coloqué todos los pelos en su sitio y me puse una sábana sobre la cabeza.


Tienen razón, ningún fantasma con un mínimo de autoestima andaría por ahí con una sábana floreada, pero en mi casa no usamos sábanas blancas. Después de mirarme al espejo, devolví la sábana a la cama.

"¡Oh, qué demonios!", me dije. "¡Sé un poco más atrevida, chica, que ya tienes más de dieciocho años!" (No pienso decir mi edad.)

Me puse las pilas, pues, y terminé con este sexy atuendo:


¡Listo!, ya puedo ir a divertirme por ahí. Aprovecharé para hacerle un maleficio a la vieja de al lado y más tarde me reuniré con otras brujas para un aquelarre. Nuestra poción mágica incluirá alas de murciélago y orejas de políticos (los políticos no necesitan orejas; total, nunca escuchan).

¡¡Feliz Noche de Brujas!!
¡¡JI JI JI JI JI!!

G. E.

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Tuve mi primer videojuego a los 9 años. Por ese entonces las computadoras personales aún eran un lujo (y me refiero a algo así como un Porsc...

EL CONEJO MATACUERVOS

Tuve mi primer videojuego a los 9 años. Por ese entonces las computadoras personales aún eran un lujo (y me refiero a algo así como un Porsche para los tiempos actuales), de modo que ese primer videojuego fue bastante modesto: una de esas maquinitas electrónicas con pantalla LCD y unos pocos botones destinados a realizar movimientos repetitivos a velocidades cada vez más altas. Hete aquí un esquema de la pantalla:


(La pantalla LCD, por supuesto, era gris, pero decidí pintarla con colores bien majos para que quedara mejor.)

El protagonista era un conejo granjero (A), cuyo propósito en la vida consistía en proteger un cultivo de maíz (B) del ataque de unos cuervos ladrones (C). Para ello, como pueden ver, el conejo contaba con la eficaz herramienta de... un palo. Pero claro, supongo que no se podía esperar que un conejo tuviera algo más avanzado, como una escopeta o un lanzacohetes. Los conejos, con la notable excepción de Bugs Bunny, no son muy inteligentes, aunque éste era lo bastante listo como para usar un mono de trabajo y plantar su propio maíz. Ah, y también era capaz de atacar a unos cuervos, aun cuando en la naturaleza la relación alimenticia entre conejos y cuervos probablemente sea al revés. Quizás se trataba del equivalente lepórido de Einstein, excepto por el dichoso palo. De acuerdo, perdonémosle el palo. (Sigo pensando que un lanzacohetes habría sido más efectivo, además de genial.)

En fin. El juego tenía cinco niveles de velocidad con tres etapas cada uno. En la primera etapa de cada nivel, el conejo espantaba a tres cuervos diferentes (de izquierda a derecha). En la segunda etapa aparecía un cuervo adicional en el extremo derecho de la pantalla, y en la tercera etapa aparecía el hijito del conejo (D). Supongo que el conejo era padre soltero y por ello el hijito tenía una especie de trastorno suicida debido al abandono materno, ya que salía de la casita y en tres saltos se arrojaba al lago. También cabe la posibilidad de que simplemente fuera un conejito malcriado deseoso de llamar la atención. Como sea, papá conejo tenía que ir al rescate y empujar al conejito de vuelta a su casita (no una madriguera sino una casita; como dije arriba, el señor conejo era más listo que el promedio de su especie).

No recomiendo este tipo de jueguitos a los obsesivo-compulsivos (= gente como yo). Al principio el videojuego me resultó entretenido, pero luego me entró como una especie de compulsión por jugarlo, ya fuera por el subidón de adrenalina y/o las ganas de superar cada nivel de velocidad (en el quinto nivel, los cuervos llovían sobre el cultivo de maíz y mis dedos echaban humo). Encima, el jueguito se me grabó en la cabeza como esas canciones machaconas que no puedes dejar de cantar, ¡tanto así que hasta soñaba con él!


En mi sueño, sin embargo, no estaba jugando con la maquinita sino que yo misma era parte del juego, y la verdad es que no me iba demasiado bien.


Decidí dejar de lado la maquinita para preservar mi cordura.

Peeero... como dije arriba, soy obsesivo-compulsiva (no tanto como Monk pero sí a niveles irritantes), de modo que, años después, decidí derrotar a la maquinita y superar la tercera etapa del quinto nivel.

¿Que si lo conseguí? ¡Claro que lo conseguí! (Ahora sólo me falta ese ¡¡#$@%#%@%*#%$#@!! cubo de Rubik; es sólo una cuestión de tiempo, lo juro.) Superé la tercera etapa del último nivel, aunque el botoncito que accionaba el palo ya estaba fallando de tanto apretarlo. ¿Y qué pasó entonces? Pues nada, el juego volvió al cuarto nivel para que yo pudiera seguir jugando ad infinitum. A esas alturas ya era como tocar de memoria una pieza en el piano, y mis dedos superentrenados se movían con tanta rapidez que ni yo los veía (me extraña que no se me hayan desprendido de las manos, volando en todas direcciones como cohetes de Año Nuevo). Seguí jugando y jugando. El corazón me latía tan fuerte en el pecho que podía escucharlo, y estaba a punto de colapsar.

Al llegar a la puntuación máxima permitida por la máquina, algo así como 9999990, paré de jugar. Y ésa fue la última vez que encendí la dichosa maquinita, por mi propio bien. La guardé en un cajón y me olvidé de que existía.

Peeero... bueno, tarde o temprano volvemos a encontrar las cosas que habíamos guardado por ahí, y ésta no fue la excepción. Sin embargo, no iba a caer de nuevo en la misma obsesión, así que, en lugar de encender la maquinita, decidí vengarme de ella por tantas horas de tortura retirarla del servicio de una manera digna y honorable.


Es que no soy nada rencorosa :-D

G. E.

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Es una verdad universalmente reconocida que cuando una cosa se descompone en la casa, otras cosas se ponen de acuerdo para descomponerse al ...

CRÓNICAS ENSOPADAS

Es una verdad universalmente reconocida que cuando una cosa se descompone en la casa, otras cosas se ponen de acuerdo para descomponerse al mismo tiempo (creo que Murphy también dijo algo al respecto). En mi casa, la racha de desperfectos comenzó con la heladera. Luego se descompuso el reproductor de DVDs. Más tarde mi reloj de pulsera se quedó sin pila, pero en realidad el problema no era la pila y tuve que desembolsar una buena cantidad de $$$ por la limpieza de los circuitos (aunque me quedé con la duda de si no sería la pila lo que estaba fallando y los de la relojería me tomaron el pelo).

Por último (espero que sea lo último, aunque la aspiradora está actuando de forma rara últimamente), nos quedamos sin presión del agua.

Detesto que no haya presión del agua. No es tan malo como quedarse sin agua por completo (situación exasperante por su primitivismo), pero ¿quién puede disfrutar de una ducha caliente con un chorrito miserable? Desde luego, yo no.


Con mi superabundante cabellera, imagínense el tiempo que me tomaba enjuagarme los restos de champú. Encima, la falta de presión también fastidiaba el funcionamiento del lavarropas. ¡Menudo suplicio de corte tercermundista! Ya empezábamos a sentirnos como si viviéramos en medio de la selva. ¿Tendríamos que comenzar a bañarnos y a lavar nuestra ropa en un arroyo? ¡¡NOOOOO!!

Llamamos a los de OSE (Obras Sanitarias del Estado). Destaparon la tubería y se fueron. La presión del agua mejoró... los primeros cinco minutos. ¡Grrr! Volvimos a llamar a los de OSE, quienes descubrieron que una colilla de agua se había doblado, impidiendo que pasara el agua. Una vez enderezada la colilla, la presión aumentó un poco, pero al parecer aún había un problema en la tubería principal, así que los de OSE se comprometieron a arreglarla. Casi me desmayo cuando dijeron que tardarían ¡¡una semana!! 8-O

Por suerte no demoraron una semana sino que, ¡oh milagro!, vinieron al día siguiente (créanme, es un hecho inusitado en este país). ¡Y hasta trajeron una excavadora para levantar la acera! De pronto me sentí muy importante. No todos los días viene alguien a arreglarme algo con una excavadora; además, tengo una especie de fetichismo con las excavadoras: ¡desde chica he deseado manejar una! (me pregunto qué explicación retorcida le habría dado Freud a eso).

¡Y por fin volvió la presión del agua! ¡Habemus aqua! Imagínenme saltando por toda la casa, cantando de felicidad. Parecerá exagerado, pero traten de estar sin agua corriente y díganme si no es espantoso. No tan espantoso como otras cosas verdaderamente horribles (por ejemplo, caer en manos de revolucionarios portadores de guillotinas o estar parasitado por un gusano extraterrestre con poderes de control mental), pero sí es algo que sólo les deseo a mis peores enemigos, empezando por la vieja miserable de al lado.

Claro que habría sido mucho pedir que el problema se resolviera tan fácilmente. ¿Recuerdan la colilla doblada? Había quedado algo estropeada, por lo que, al mejorar la presión del agua, el plástico se agujereó.

¡¡¡#$@%GRRR@*#LAPU**QUELOP****%#@!!!

Perdón, se me escapó. Como venía diciendo, la colilla empezó a perder agua así que tuve que reemplazarla. Y a pesar de que no estaba en un día torpe, no me libré de una buena salpicada en la cara.


Estúpida colilla traicionera. Me vengué de ella dándole golpes con mi llave inglesa y tirándola después a la basura. ¡¡¡JAJAJAJAJA!!!

Y entonces... entonces... ¡¡¡¡POR FIN pude darme una ducha decente!!!!


G. E.

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[ADVERTENCIA: Este artículo contiene imágenes algo bastante sangrientas, así que no lo lean si son tan debiluchos que ver sangre les causa...

EL PERRITO CON DOLOR DE DIENTES

[ADVERTENCIA: Este artículo contiene imágenes algo bastante sangrientas, así que no lo lean si son tan debiluchos que ver sangre les causa algún tipo de malestar.]

Ésta es la historia de un pobre can que iba por ahí sintiéndose miserable.

* Me duele la boca, mi aliento apesta y
estoy sangrando como un cerdo degollado.

(Bueno, eso es lo que imagino que habría pensado el perro si los perros pensaran con palabras. Igual se le veía en la cara que el pobre animalito no estaba muy feliz con su condición.)

Así llegó el perrito a la clínica donde trabajo. Y cuando digo que el aliento le apestaba, es que le APESTABA. Como para tirarlo a uno de espaldas. O como para marchitar las flores del jardín, a lo Pepé Le Pew (pero sin el encantador acento francés). Imagínense una fosa séptica llena de aguas verdosas con pedazos flotantes de... en fin, creo que ya se entendió la idea.

Al abrirle la boca, encontramos... esto:


Uf. Un asquito, ¿verdad? Nada de sonrisas Colgate por aquí. La flechita amarilla apunta a un agujero (fístula) por donde el perro sangraba en forma esporádica.

Había que arreglar eso de inmediato. Es decir, ¡un perro mascota no puede ir chorreando sangre por todo el piso! La sangre es resbalosa y podría ocasionar un accidente doméstico.

Empezamos a romper las gruesas capas de sarro con un cincel y un martillo. Bueno, no, más bien usamos una pieza de instrumental odontológico y luego un cavitador neumático, pero en verdad habríamos podido usar un cincel y un martillo. Como sea, me puse a tatarear la canción de Los Picapiedra. Me pareció que venía al caso :-D

Extrajimos el incisivo flojo que estaba bajo la fístula y el pobre perro siguió sangrando a chorros. No a chorros de sangre arterial, que sale a presión salpicando hacia cualquier parte (casi siempre la cara de alguien), sino como un flujo de sangre venosa con pedazos de hueso podrido.

(Si estaban comiendo algo, apuesto a que ya se les fue el apetito, ¿verdad?)

A estas alturas, la boca del perro se veía así:


La flechita señala el agujero del diente que sacamos.

Después de eso hicimos un pequeño experimento:


¡Ja! Problema descubierto: era ese incisivo el que provocaba que nuestro paciente sangrara por el agujero. Menos mal que no era el colmillo. Si hubiera sido el colmillo, la cosa se habría vuelto todavía más espeluznante, con el zumbido de un torno cortando hueso: zzznnnzzznnnzzznnn... (ya saben, ese sonido que hace temblar incluso a los hombres más machotes). Sucede que los colmillos tienen unas raíces más grandes que lo que se ve del diente, y están tan agarrados al hueso como un avaro a su dinero. De todas maneras, el incisivo extraído tenía igualmente una raíz bastante respetable:


Al terminar (y después de taponar la hemorragia, dado que el bicho ya se nos estaba poniendo anémico), la boca quedó así:


El lado derecho estaba un poco menos asqueroso y no hubo que sacar dientes. Menos mal. Tuvimos un caso en el que el pobre perro se fue de la clínica con un total de... seis dientes. Traten de masticar con seis dientes ¡que ni siquiera hacen contacto entre sí! Seguro que no es fácil.

En fin, el perrito volvió a su casa y a los pocos días los dueños llamaron para avisar de que estaba saltando feliz y contento. ¡Yupiiii! ¡Y justo a tiempo para la Oktoberfest!

* ¡Hey hey!

Adoro mi trabajo :-)

G. E.

Artículo relacionado: EL PERRITO TIBURÓN.

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Éste fue uno de los misterios más apasionantes repugnantes que he tenido que resolver durante el curso de mi (ficticia) carrera detectivesc...

EL CASO DE LAS MOSCAS NECRÓVORAS

Éste fue uno de los misterios más apasionantes repugnantes que he tenido que resolver durante el curso de mi (ficticia) carrera detectivesca.

Todo empezó con una mosca. Una de esas moscas de color azul metálico, enormes engendros peludos, zumbantes, asquerosos y portadores de microbios. Saben a cuáles me refiero, ¿verdad?


Apareció en el baño, zumba que zumba. Así como a los bichos en la bañera, detesto que haya moscas volando en mi baño. Y también en cualquier otra parte de la casa. No son tan malas como algunos de mis parientes pero por ahí le andan, así que fui a buscar el matamoscas (lástima que no haya un equivalente del matamoscas para los parientes).

Después de una larga y agotadora ágil y breve persecución en la que demostré mis habilidades acrobáticas, ¡paf!, la mosca cayó aplastada con sus tripas por fuera (puaj).

Pensé que ahí se había terminado el asunto... pero entonces apareció otra mosca. Y otra más. También las pasé violentamente a una mejor vida... ¡y rápidamente fueron sustituidas por otras! ¡Cada vez eran más! ¡LAS MOSCAS ESTABAN INVADIENDO MI CASA! ¡¡AAAAHHHH!!

Era obvio a estas alturas que había algo así como una especie de misterio a lo CSI detrás de la invasión díptera, de modo que me puse a investigar.


Apelando a mi extenso conocimiento entomológico (= base de datos irrelevantes sobre bichos) que adquirí por la fuerza en la Facultad de Veterinaria (así como unos nombres de parásitos tan pintorescos y difíciles de pronunciar como Macracanthorhynchus hirudinaceus), tomé con unas pinzas un cadáver de mosca y llegué a la conclusión de que se trataba de una mosca cadavérica. No, no es una redundancia: era una mosca devoradora de cadáveres. Es que las moscas no tienen un paladar precisamente refinado: algunas comen excremento, otras basura, y otras carne en estado de descomposición. Si es verdad que somos lo que comemos, ahora se entiende por qué las moscas son tan desagradables. (Nota mental: evitar el excremento, la basura y la carne en descomposición como parte de mi dieta.)

En fin, la identificación de la mosca me llevó a una segunda conclusión: ¡tenía que haber un cadáver en las proximidades!

—¿Has asesinado a alguien últimamente? ¿A nuestro vecino loco, tal vez? —le pregunté a mi madre.

—¿De qué estás hablando? —replicó ella.

—Vamos, madre, confiesa: ¿dónde escondiste el cuerpo? No me molesta que lo hayas asesinado, pero el cadáver está atrayendo moscas. Por lo menos podrías haberlo tirado lejos de aquí.

—Tiene que ser otro cadáver. Todavía estoy buscando la manera de matar a ese viejo chiflado sin que me descubran.

(Aquí mi madre soltó una risa maquiavélica mientras pasaba las páginas de su última adquisición literaria: Cómo asesinar a los vecinos molestos. Luego se detuvo para afilar un cuchillo de carnicero.)

Bien, era obvio que por ahí no iba la cosa, de modo que seguí el rastro de las moscas. De pronto recordé que en el baño hay un agujero que da a la azotea. Fui entonces a buscar la escalera y subí al techo.

¡Eureka! Ahí estaba el cadáver: una paloma semiputrefacta.


Una minuciosa necropsia me permitió determinar que la paloma había muerto de algún acontecimiento letal en algún momento del presente siglo (desafío a cualquiera a demostrar lo contrario). Y como ya no podía hacer nada por la pobre criatura, la metí en una bolsa y la tiré a la basura. Después puse una rejilla en el agujero y maté al resto de las moscas que pululaban por mi casa. Así terminó la invasión de las moscas necróvoras.

Caso cerrado. Gil Grissom estaría orgulloso de mí :-)

G. E.

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